jueves, 1 de marzo de 2012

Poniendo interrogantes a la publicidad.



En los últimos años, la competencia de los mercados ha crecido de una forma exagerada. La batalla por conseguir ventas se ha endurecido, llegando a traspasar de forma peligrosa lo ético y engañando en muchos casos al futuro comprador.

Esta batalla se fundamenta en los precios y en la publicidad, y es en esta última es  donde se usa indebidamente a la (pseudo)ciencia. Y es que nos encontramos multitud de campañas publicitarias “avaladas por institutos científicos de gran prestigio”, de los que, por cierto,  nunca conocemos el nombre; otras que afirman que su producto es revolucionario “tras años de investigación con la más alta tecnología”; y otras cuya “eficacia está científicamente probada”. ¿Hasta qué punto piensan que nos pueden hacer creer esto? Lo único que buscan con estas afirmaciones los anunciantes, es usar el papel de autoridad que tiene la ciencia, y así respaldar la virtud de los productos que pretender vender.

Los anunciantes buscan el respaldo de la ciencia destacando el carácter innovador de los productos. La visión whig de la ciencia, que según el filósofo Stephen Brush la concibe como continuo avance, sin retrocesos conceptuales o marcha atrás; hace que sea razonable esperar que los resultados científicos más recientes sean siempre los más valiosos, fiables y adecuados. De esta manera si el anuncio nos dice que el producto es innovador, fruto de investigaciones científicas o tecnológicas, nos encamina a pensar que es mejor que los productos desarrollados anteriormente.

Esto por un lado. Por el otro nos encontramos multitud de anuncios que usan inadecuadamente contenidos científicos, terminología incorrecta e incluso inventiva.

Apreciamos errores en el uso de conceptos científicos en anuncios como el de un champú de reputada marca que podemos encontrar en todas las marquesinas de autobuses en León, que nos habla de la proteína Arginina, y nos dice que el pelo crecerá más fuerte y resistente. Partamos del hecho de que la Arginina no es una proteína, sino un aminoácido. Hasta ahí bien, incluso se ha demostrados que deficiencias en L-Arginina causan pérdida de cabello, pero esto no indica que vaya a aportar más tres veces más resistencia como reza el anuncio.

Otro ejemplo que encontramos es el anuncio  de una conocida crema hidratante: “el magnesio, fuente de energía”; y es que, el magnesio por sí mismo no es una fuente de energía, si bien es cierto que puede dar lugar a reacciones bioquímicas que desprender energía, pero esta propiedad la tienen otros muchos elementos. Y en el anuncio de una crema oímos “ […] gracias al aceite de […] que les proporciona una acción revitalizante y antienvejecimiento 4 veces más importante” y yo me pregunto ¿más  importante que qué?.

Y no tengo nada en contra de los fabricantes/anunciantes de cosméticos la verdad, pero en muchas ocasiones me da la sensación que intentan tomarnos por idiotas.

También me ha llamado la atención la campaña de unas pastillas para facilitar la digestión que dice “contiene[…] y dimeticona, que rompe las burbujas de aire, eliminando los gases”. Quizá sea mi opinión pero cuando dentro de un espacio rompes una burbuja simplemente desaparece la capa líquida que envuelve los gases, pero éstos quedan allí, no desaparecen, se difundirán por el espacio cercano, pero siempre dentro del espacio original.

Y hay más, muchos más, como zumos sin grasas hidrogenadas o  cremas rellenadoras de colágeno… yo por hoy no quiero extenderme.






No nos creamos todo lo que nos cuentan. Os invito a poner en duda cada una de las afirmaciones científicas  que se usan en publicidad.  Y es que, “Creer es muy monótono; la duda es apasionante”.

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